La Virgen del Mundo - Subba Row
LA VIRGEN DEL MUNDO
T. Subba Row
I
He aquí el título de una publicación reciente, aparecida en inglés, que corresponde a uno de los libros atribuídos generalmente a Hermes, Sin embargo, el primer libro es la única parte de lo publicado a la que puede aplicarse estrictamente este título. Le añadieron dos discursos filosóficos: «Asclepios trata sobre la Iniciación» y «Definiciones de Asclepios» y unos pocos fragmentos de filosofía hermética, con dos ensayos introductorios muy interesantes e ilustrativos, de Edward Maitland y Anna Kingsford.
Todo ocultista realizará un estudio interesantísimo, si compara las doctrinas de la antigua filosofía hermética con las enseñanzas del pensamiento religioso correspondiente al sistema vedántico y budista, Los famosos libros de Hermes parecen ocupar, respecto de la religión egipcia, la misma posición que los Upanishads en la literatura religiosa aria. Así como en el antiguo Egipto había cuarenta y dos provincias, y el cuerpo de Osiris fue cortado en cuarenta y dos trozos, de igual modo hubo cuarenta y dos libros de Hermes. Sin embargo, éste no es el número de los Vedas ni de sus subdivisiones, como Edward Maitland parece suponer. Dicho número es uno de los rasgos característicos de la mística egipcia, y oculta una verdad profunda. Nada tiene que ver con el número de estrellas de alguna constelación en particular, como algunos egiptólogos imaginaron. Mientras estos estudiosos de las doctrinas religiosas egipcias crean erróneamente que éstas toman como base a los signos del Zodíaco, a los cursos de los cuerpos celestes o a la apariencia de grupos especiales de astros, les será imposible captar con profundidad lo que esas doctrinas significan. Estos libros de Hermes, si pueden ser descubiertos, sin duda pondrán fin a todas esas especulaciones. Sin embargo, Hermes dijo:
"¡Oh Libros Sagrados de los Inmortales, en cuyas páginas mi mano ha registrado los remedios por los que confieren la inmortalidad; permaneced eternamente más allá de1 alcance de la destrucción y descomposición, invisibles, y ocultos de todos 1os que frecuentan estas regiones, hasta que Ilegue el día en que el antiguo cielo ponga de manifiesto instrumentos dignos y devotos a quienes el Creador llamará almas!"
Este pasaje tiene dos significados, y es de aplicación tanto respecto del Hermes Divino como del Hermes humano. Todavía está lejano el tiempo en que la verdadera filosofía hermética y la antigua civilización de Egipto sean revividas en el curso natural del progreso evolutivo. Sin embargo, las obras que ahora se publican como herméticas no parecen ser los reales libros herméticos -que fueron ocultados tan esmeradamente- aunque contienen fragmentos de la verdadera filosofía hermética matizada por el pensamiento y la mitología helenos. Es probable que La Virgen del Mundo se base en alguna recopilación egipcia que declara ser uno de los libros herméticos. Es curioso advertir que, en este texto, encontremos a Isis informando a Horus que en el Zodíaco se ubicó a los signos animales después de los de forma humana, lo cual ocuriría cuando el punto equinoccional estaba al comienzo de Géminis. Además, como se demostrará más adelante, las principales doctrinas que el discurso enseña armonizan con las doctrinas religiosas del antiguo Egipto. Sin embargo, las destacadas referencias a Zeus, Cronos, Aries y Afrodita muestran inequívocamente que, de ninguna manera, se lo puede considerar uno de los antiguos libros herméticos.
En el contexto en el cual aparecen esos nombres, Hermes sin duda se habría referido a las correspondientes deidades de la mitología egipcia. En la página 9 del texto citado, se advertirá que el autor identifica a Hermes con Mercurio; esto no lo habría hecho nadie del antiguo Egipto que estuviera apropiadamente familiarizado con su antigua filosofía. Hermes es «pensamiento cósmico», como así lo expresa otra parte de este discurso. Hermes es, hablando estrictamente, la mente universal en su aspecto divino, y guarda relación con el Brahma de la religión hindú. Tal como se dice que los Vedas y los Upanishads se originaron en Brahma, antes de que el Cosmos evolucionara y se manifestara, de igual modo los egipcios declararon que sus libros religiosos se originaron en el Divino Hermes. A Hermes, como a Brahma, se lo representa (en la página 10 del texto citado) tomando parte en la creación. Por ser ése el caso, será erróneo desde el punto de vista egipcio, representarlo como Mercurio, Además, se habla de Hermes como del maestro e iniciador de Isis, aunque en un pasaje, el Gran Maestro y el Gobemante del Universo se dirige a la diosa misteriosa como el alma de su alma y el santo pensamiento de su pensamiento.
Isis, la gran Virgen Cósmica, es el sexto principio del Cosmos. Ella es la energía generadora del universo -no es prakriti sino la energía productora de prakriti- y, como tal, ella genera la ideación de la mente universal. Ni siquiera en su encarnación humana se la puede ubicar en la posición de discípula de Hermes. La encarnación humana de Isis no es el descenso del alma en la materia, como es el caso del rapto de Perséfone. Bastante curiosamente, al referirse a esta encarnación, en su discurso diligido a Horus, Isis habla así: «El Dios Supremo... finalmente acordó a la tierra, durante una estación, a tu padre, Osiris, y a la gran diosa Isis». ¿Quién es entonces esta Isis que se dirige a Horus? Es posible que el término «Isis» fuera aplicado a cada alma encarnada, como el término «Osiris» se aplicaba a todo espíritu de un difunto, en épocas posteriores de la historia egipcia; pero se descubrirá que incluso esta suposición no guarda coherencia con algunas partes del diálogo que estudiamos.
El autor del libro, quienquiera que haya sido, no comprendió con verdadera claridad la misteriosa conexión existente entre Isis y Hermes y, tratando de imitar el tono y la forma de los diálogos herméticos reales (que sólo se repetían durante las épocas de iniciación) según las tradiciones vigentes en su tiempo, escribió el diálogo en cuestión, en la forma con que ahora se lo presenta al público. Antes de seguir señalando minuciosamente las doctrinas que en este libro se inculcan, es necesario indicar que Perséfone no es la Virgen Cósmica ni se la puede representar como tal, desde el punto de vista de la filosofía hermética. Este título sólo puede aplicarse a la gran Isis, no a toda alma que esté encerrada en la materia y que, en última instancia, se manifieste como la inteligencia espiritual del hombre. La Virgen Cósmica es la madre-doncella del universo manifestado y no la Virgen madre del Cristo encarnado (Espíritu).
Isis ocupa, en el cosmos o en el macrocosmos, la misma posición que el alma caída en las garras de la materia ocupa en el microcosmos. Isis es la madre del Logos manifestado en el Cosmos, como el alma es la Virgen madre del espíritu regenerado; Isis es la madre de Adonis, en tanto el alma encarnada es la madre de Cristo; pero sólo la primera tiene derecho a que se la llame la Virgen Cósmica, no la segunda. En nuestra humilde opinión, la Virgen Cósmica no es la Virgen manifestada en el Cosmos sino la Virgen madre del Cosmos. El contraste no es entre la Virgen del Cosmos y la «perpetua doncella del cielo», sino entre la Virgen macrocósmica y la Virgen microcósmica. En consecuencia, en el discurso de la Virgen Cósmica dirigido a su hijo divino, encontramos un relato general de la evolución cósmica, no una mera descripción del descenso del alma en la materia. A este respecto debe recordarse, que las encarnaciones humanas de Isis y Osiris no han de ser tomadas como meras representaciones alegóricas de las encarnaciones del espíritu. Los antiguos autores egipcios las ubicaron en una condición muy distinta; y en este mismo discurso, Isis dijo que ella no querría ni se animaría a «relatar este nacimiento» ni a «declarar el origen» de la raza de Horus. El denominado mito de Osiris es el gran misterio central del ocultismo egipcio, y es probable que tenga una relación más estrecha con la aparición del Buddha que lo que se suele imaginar. Además, debe expresarse aquí que a Dionisos, el Dios heleno, no le corresponde ocupar posición alguna en el Panteón egipcio.
Anna Bonus Kingsford habla de «la encarnación, el martirio y la resurrección de Dionisos Zagreo» en el ensayo del libro ya mencionado. Ella dice que Dionisos propendía a significar al espíritu, y añade más adelante que «el espíritu de Dionisos se lo consideraba de modo especial como generado divinamente, por ser el hijo de Zeus a través de Kore-Persephoneia» Si esto es así, Dionisos es el séptimo principio en el hombre, el Logos que se manifiesta en el microcosmos. Pero, al final de ese ensayo, se nos informa que «Osiris es el sol microcósmico; en el organismo humano, la contraparte del Dionisos macrocósmico, o el Hijo de Dios». Esta última afirmación es claramente incongruente con todo lo anterior, y sin duda es el resultado de una interpretación errónea (la cual prevalece, por lo general, en los occidentales que estudian la posición real de Osiris dentro del hermetismo ), y de un intento de interpretar los misterios más elevados de la religión egipcia a través de las fábulas mitológicas de la antigua Grecia. Éstas, aunque tengan una forma elegante y refinada, no resisten comparación alguna con las alegorías de los antiguos autores egipcios, en lo que atañe a significado oculto.
En la página 34 del libro en cuestión hay un pasaje notable; si se lo examina atentamente, puede arrojar alguna luz sobre el tema. Isis informa a Horus que «dos ministros de la Providencia Universal moran en lo alto: uno es el guardián de las almas y el otro el conductor de éstas, quien las envía y ordena cuerpos para ellas. El primer ministro las protege y el segundo las pone en libertad o las ata, de acuerdo con la Voluntad de Dios.» La posición y los poderes reales de Osiris tal vez puedan captarse por este párrafo significativo. Si examinamos con cuidado la doctrina religiosa egipcia no nos será muy difícil determinar el nombre del otro ministro, poseedor de una relación más cercana con el Sol Macrocósmico, que Dionisos. Sin embargo, como la Esfinge se ocupa de plantear enigmas en vez de resolver dificultades sobre esos temas, nada más puede decirse a este respecto. El Buddha y Shankaracharya tal vez revelen el real misterio de estos dos ministros.
II
Las doctrinas imporantes que la madre divina de Horus le explicaba armonizan perfectamente, en su mayoría, con las respectivas enseñanzas del hinduismo y del budismo, como se las ve por las siguientes explicaciones. Horus representa al regenerado espíritu del hombre, y la Virgen Cósmica se le revela junto con los misterios de la existencia humana. Al trazar la evolución del hombre físico, Isis comienza con un relato sobre el origen de la mónada espiritual. Aparentemente, Dios sacó de sí mismo esa esencia cuando fue necesarIo, y mezclándola con una llama intelectual, se combinó con estos otros materiales de modos desconocidos; y habiendo producido, con el uso de fórmulas secretas, la unión de estos principios, dotó de movimiento a esa combinación universal. Gradualmente, en medio del protoplasma resplandeció una sustancia más sutil, pura y límpida que los elementos con los que fuera generada... Dios la llamó consciencia de sí.
El nombre que recibió es muy apropiado; es el germen de Prajna, el punto de la consciencia, la mónada que finalmente evoluciona hasta convertirse en el ser humano. Esta explicación es similar a la que los alquimistas dan sobre la composición de la piedra filosofal. Mercurio, como lo describe el Shivaviryam de los hindúes, es considerado por los alquimistas como la esencia de Dios, mientras que la llama intelectual es representada con el azufre. La sal misteriosa es la otra materia de la que se habla en el relato antedicho y es el azogue que empieza a resplandecer en la composición. Esto tiene un significado profundo y da una clave para la solución de este problema desconcertante: la naturaleza y el origen de la consciencia. Isis señala que así fueron formadas miríadas de almas, y que fueron autorizadas a tomar parte en la creación del mundo material y de los organismos inferiores, prohibiéndoles traspasar ciertos límites asignados a su acción. Sin embargo, con el correr del tiempo, ellas se rebelaron, y con el propósito de aprisionarlas en organismos y de ese modo retacearles su poder y libertad, Dios concertó y reunió a los celestiales y les preguntó qué podrían conferir a la raza que estaba a punto de nacer. El Sol, la Luna, Cronos (Saturno), Zeus (Júpiter), Aries (Marte), Afrodita (Venus) y Hermes (Mercurio) respondieron a este llamado y prometieron investir a la naturaleza humana con varias cualidades, intelectuales y emocionales, buenas y malas, pertenecientes peculiarmente a la naturaleza de los donantes; y Hermes plasmó organismos con el material existente, para que las mónadas los habitaran. Así fue formado el hombre, antes de su caída. Con la transición desde la simple consciencia de sí hasta el plano de la mente y sus variadas actividades, se produjo luego un cambio de upadhis (vehículos), de un mero centro de fuerza a un cuerpo astral. Mientras la mónada espiritual evoluciona por obra del mismo Dios, al último upadhi se lo representa como la obra de poderes subordinados a aquél. Todavía quedaba un paso más de descenso en la materia.
Las almas percibieron que su estado cambió y lamentaron su destino; se les ofreció esperanzas de un futuro mejor y más feliz, y además se les señaló que si algunas de ellas merecieran reproche, se las haría habitar en moradas destinadas para ellas en organismos mortales. A pesar de esta advertencia, pronto surgió la necesidad de una mayor degradación de la monada espiritual. El hombre, como ser astral, estaba en una etapa de transición; y este estado no podía ser mantenido eternamente como tal. Es probable que las facultades mentales -al actuar sin el peso de la responsabilidad para controlar y limitar la acción- produjeran malos resultados. El genio de la ley del karma surgió pronto de la tierra en la forma de Momo y señaló a Hermes los malos resultados que inevitablemente se sucederían, si al género humano se le permitiera pernlanecer en el estado en que a la sazón se hallaba. La sabiduría de Hermes pronto ideó «un instrumento misterioso, una medida inflexible e inviolable, a lo que todas las cosas estarían sujetas desde su nacimiento hasta su destrucción final», y de la que los seres creados permanecerían cautivos: en pocas palabras, la inexorable ley del karma. Aparentemente, aquel instrumento se puso en funcionamiento de inmediato, pues el hombre ya generaba impulsos kármicos, debido a las cualidades mentales con las que estaba investido. La consecuencia fue que las almas encarnaron. Este es el resumido relato de Isis sobre la evolución gradual de karana sharira, sukshma sharira y sthula sharira (los cuerpos causal, sutil y físico denso, respectivamente). La constitución de estos upadhis fue también indicada hasta cielo punto, al igual que la naturaleza de la energía consciente y sus funciones manifestadas en ya través de dichos upadhis. Esta triple división de un ser humano está de acuerdo con la clasificación vedántica de los diversos upadhis.
De esta manera, el hombre, encerrado en la materia, con su luz interior completamente opacada y oscurecida, empezó a andar a tientas en las tinieblas. Al carecer de guía, de maestro y de quien la iluminara, la humanidad desarrolló tendencias que, si quedaban sin control, conducirían a un nivel de la existencia más bajo todavía. La confusión y la discordia se enseñorearon. Toda la naturaleza clamó por el caos moral y espiritual reinante. Se descubrió que si al hombre se lo dejaba librado a sí mismo, sería incapaz de liberar su alma de los estorbos de la materia y alcanzar la salvación. Mientras fuera trino, seguiría siendo un ser imperfecto. Era necesario convertir a este ser trino en un ser cuaternario. Tal estado de cosas tenía que ser remediado e «inmediatamente Dios llenó el universo con Su Voz divina; “Ve”, dijo Él, “vástago sagrado, digno de la grandeza de tu padre; procura no cambiar nada ni rehusar tu ministerio a mis criaturas”».
Esta Voz divina es el Logos, el séptimo principio existente en el hombre. Él es el lshwara real de los vedantines y el Salvador de la humanidad. El hombre podrá obtener la salvación y la inmortalidad sólo a través de Él. El fin y el objeto de toda iniciación es determinar Sus atributos y Su conexión con la humanidad, realizar Su presencia sagrada en cada corazón humano y descubrir los medios para transferir la individualidad superior del hombre (purificada y ennoblecida por el karma virtuoso de una serie de encarnaciones), a Sus pies, como la ofrenda más sagrada que un ser humano puede dar.
Además, Dios consideró necesario enviar a la humanidad a un maestro y gobernante que le revelara las leyes de la iniciación y le señalara el camino para llegar al propio Logos de esa humanidad. A pesar de la presencia del Atma en su propio corazón, el hombre podría seguir ignorando esa sagrada presencia, a menos que un maestro espiritual le quitara de los ojos el velo de la ignorancia. A fin de satisfacer esta necesidad, Dios pensó en hacer descender al mundo a ese maestro e hizo la siguiente promesa a los quejumbrosos elementos:
Enviaré una emanación de mí mismo, un ser puro que investigará todas vuestras acciones y será el terrible e incorruptible juez de la vida; y la justicia soberana extenderá su reino hasta las sombras subterráneas. Así, lo que cada hombre reciba, será según sus merecimientos.
Esta emanación se manifestó como Osiris y su contraparte femenina, como Isis. Este nacimiento, cuyo misterio Isis se niega a revelar incluso a Horus, sin embargo no guarda relación con el nacimiento de Cristo. Cristo o Christós es la voz divina, o Logos, que se manifiesta en cada hombre; y la narración bíblica sobre Cristo es un relato alegórico de cada espíritu que, en general, se regenera. Lo importante para la humanidad en general no es el valor histórico del relato bíblico sino su significado filosófico y oculto, como lo afirman Anne Bonus Kingsford y Edward Maitland. Pero será un error contemplar a la encarnación del Buddha o a este nacimiento de Osiris e Isis con la misma óptica que la encarnación o el nacimiento de Cristo. Cada Buddha es también un Cristo; pero cada Cristo no es un Buddha. Cada hombre puede llegar a ser un Cristo e identificarse con Cristo, mas no está al alcance de cada hombre desarrollarse hasta ser un Buddha. Todo buen cabalista sabe que Cristo es el hijo del hombre: no es Ennoia, el hombre original; para expresar lo mismo con la fraseología budista, Cristo es un Bodhisattva, no un Buddha. Debe recordarse que, con el término «Cristo», no me refiero a individuo particular alguno sino al ser espiritual respecto del cual el relato bíblico tiene su importancia filosófica.
El germen de un Bodhisattva está en cada hombre, pero no el germen de un Buddha. Por esto, cuando la humanidad -en el curso de su progreso- hace que un Buddha evolucione, su aparición es un asunto de importancia histórica. A la aparición de Osiris se le asignó el mismo estado, y los Iniciados egipcios la contemplaron desde la misma óptica. Osiris no es el Logos sino algo superior al Logos. El Logos mismo tiene un alma y un espíritu, como lo tiene todo lo demás que se manifiesta; y no es para nada irrazonable suponer que Osiris o el Buddha puedan representar al alma del Logos. La Esfinge no puede decir ni se atreve a decir nada más sobre el tema. El lector puede encontrar un comentario muy interesante e instructivo sobre lo anteriormente expresado, en el segundo tomo de Isis sin Velo.
Proseguiremos ahora con el relato de Isis. El reino del orden y de la justicia comenzó con la aparición de Isis y Osiris, quienes entre otras cosas, enseñaron a la humanidad los secretos de las ciencias ocultas y los misterios sagrados de la Iniciación. Tras concluir su labor en la tierra, la pareja divina fue llamada por «Los habitantes de los cielos». Después de haber esbozado de esta manera el descenso del espíritu en la materia e indicado lo que Dios proveyó para asegurar la salvación a la humanidad, Isis procede a contestar ciertas preguntas que Horus le formula. La primera de ellas se relaciona con las almas reales o regias. La realeza a la que aquí se hace referencia es la realeza espiritual. Transcurlido cierto tiempo, hombres como Buddha, Shankaracharya, Cristo, Zoroastro y otros han aparecido en la tierra como líderes y gobernantes espirituales de la humanidad. En lo que atañe a desarrollo espiritual y elevación de carácter moral, se hallan a una altura tan enorme sobre el nivel de la humanidad común y corriente, como para hacerle creer a la humanidad, que ellos son especiales encarnaciones de la divinidad. Sin embargo, esta creencia popular no es respaldada por Isis, cuyo modo de explicar la aparición de aquellos hombres está en armonía con lo que las ciencias ocultas enseñan. Isis explica a Horus lo siguiente:
Las almas destinadas a reinar sobre la tierra descienden en ella por dos causas. Están quienes en vidas anteriores han vivido sin culpa y merecen la apoteosis: la realeza es, para seres como éstos, una preparación para el estado divino. Asimismo, están las almas santas que, por algún leve quebrantamiento de la Ley interior y divina, reciben un castigo (estando ellas) en la realeza, de modo que el sufrimiento y la vergüenza de la encarnación se mitigan. El estado de éstos, al ocupar un cuerpo, no se parece al de los otros; ellos son tan bienaventurados como cuando eran libres.
Las luchas sectarias, las discordias y el fanatismo casi dejarían de existir, si la generalidad de la gente entendiera y aceptase esta respuesta de Isis. Aparentemente, hay diferencias entre estas almas regias -debido a la naturaleza de las almas- y los genios que las asisten. El lector no debe suponer que estos poderes son «elementales»; ellos son los guardianes de las almas, cuya enseñanza y guía las almas siguen, como lo declara Isis. Este ángel guardián del alma es Kwan- Yin entre los budistas y Chitkala entre los hindúes. Horus pregunta: «¿Cómo nacen las almas; masculinas o femeninas?», e Isis le contesta: «Entre ellas no hay varones ni mujeres. Esta diferenciación sólo existe entre los cuerpos, no entre los seres incorpóreos. Sin embargo, unos son más enérgicos y otros más suaves; esto pertenece al aire en el que las cosas se forman. Porque un cuerpo aéreo envuelve el alma...» Es apenas necesario decir que el aire al que se hace referencia es el anima mundi -la Luz Astral- y que el cuerpo aéreo es el cuerpo astral del hombre. La siguiente pregunta, que Isis contesta, se relaciona con los diversos grados de iluminación espiritual observables entre los hombres.
La diferencia real entre un hombre que tiene visión y discernimiento espirituales y otro que no posee estas facultades, no ha de hallarse en la naturaleza más recóndita del alma. Así como la claridad de la visión no depende de la latente facultad perceptiva del alma o de la mente, sino de la naturaleza del órgano de la visión y de las membranas que lo recubren, la claridad de la percepción espiritual o clarividente no depende de la naturaleza del alma sino del estado y de la naturaleza de los upadhis en los que está ubicada.
En consecuencia, todo desarrollo progresivo consiste en el mejoramiento de los upadhis. El alma es perfecta desde el comienzo. No experimenta alteraciones en el curso de la evolución. Además, Isis procede a señalar las diferencias físicas, intelectuales y espirituales, de carácter nacional, existentes en las diversas razas que habitan este planeta y las atribuye a las diferencias de clima y ubicación de sus respectivos países. La referencia a la constelación de la Osa Mayor tiene un significado místico. Los hindúes de la antigüedad calculaban el período de uno de sus ciclos en conexión con los cursos de las estrellas que componen esta constelación. Este ciclo se relaciona con la evolución de las diversas razas y subrazas de la tierra. Al hablar sobre los factores que producen «en los hombres vivos, durante enfermedades prolongadas, una alteración del discernimiento racional, y hasta de la misma alma», Isis señala que «el alma tiene afinidad con ciertos elementos y aversión a otros» y que, por lo tanto, sus funciones son a veces perturbadas y afectadas por cambios en el cuerpo físico o en el cuerpo astral. El último capítulo del tratado en estudio contiene las explicaciones de Isis sobre la existencia en el devachan o swarga (la morada de los dioses).
Isis dice que hay varias regiones entre la tierra y el cielo, adaptadas a grados variables de desanollo espiritual, en las cuales «moran las almas que se liberaron de los cuerpos y las que todavía no ingresaron en éstos». Estas regiones corresponden a los diversos devalokas o mundos de los dioses (cada devagana o clase de dioses tiene un loka o mundo separado). De esto hablan los libros hindúes; se trata del rupa y arupa lokas de los budistas. Los dos ministerios misteriosos a los que se hace alusión en la primera parte de este artículo ejercitan aparentemente ciertos poderes de supervisión y control sobre el estado de los diversos devachanes, de acuerdo con la ley del karma. Esta leyes puesta en movimiento por dos energías, que se describen como memoria y experiencia. La primera «dirige en la naturaleza la conservación y el mantenimiento de todos los tipos originales asignados al Cielo». Esto se refiere al registro del karma conservado en la luz astral. «La función de la Experiencia consiste en proveer un cuerpo apropiado a cada alma que desciende para encarnar.» Huelga decir que ésta es una correcta exposición razonada de la doctrina del karma, desde los puntos de vista budista e hindú. No hay otra cosa importante que deba considerarse en este tratado. Las cuestiones a las cuales se hizo referencia muestran que las mismas doctrinas principales de la religión de la sabiduría antigua subyacen en cada credo exotérico, tanto antiguo como moderno. No es verdad -como dice Herbert Spencer- que la única expresión en cuya mención todas las naciones del mundo concuerdan en materia de creencia religiosa es que en el universo hay un Poder desconocido e incognoscible. La historia religiosa de la humanidad muestra que hay una cantidad de doctrinas sobre el origen, la naturaleza y el destino último del alma humana, sumamente filosóficas y complicadas, que forman el cimiento de toda religión exotérica y que han influido sobre los sentimientos religiosos de la humanidad, desde tiempos inmemoriales. ¿Cómo hemos de explicar estas creencias? ¿Tienen ellas alguna conexión inherente y especial con la naturaleza humana como ésta es? ¿O son el resultado de una revelación divina durante la infancia de la raza humana, cuya influencia ha sobrevivido a las vicisitudes de tantas civilizaciones? Si ninguna de estas hipótesis es aceptable para la mente de un agnóstico moderno, ¿la evolución de estas doctrinas a partir de unas pocas ideas simples, que son comunes a la humanidad en general, podrá ser explicada por la actividad de leyes psicológicas conocidas? Si esta última hipótesis es sostenible, estos productos de la experiencia humana ¿cómo no experimentaron cambio alguno a pesar de las grandes mejoras ocurridas en la civilización material y en la cultura mental?
No me propongo aquí debatir el tema antedicho ni ofrecer mis propias soluciones del problema. Sólo llamo la atención del lector sobre esta importante cuestión, y le solicito que no la pierda de vista al meditar sobre el origen y la historia de la creencia rel igiosa enla humanidad, y la posibilidad de descubrir una plataforma común sobre la cual los seguidores de las diversas religiones de la tierra puedan tomar su posición con amor y afecto fraternos, olvidando las insignificantes diferencias de sus credos dogmáticos exotéricos.